Los Hiperbóreos.

En la mitología griega, Hiperbórea era una región situada en las tierras septentrionales aún desconocidas, al norte de Tracia. Su nombre (griego: (Υπερ βορεία) (Hyper Boreas, «más allá del norte») deriva precisamente de que se creía que el dios-viento Bóreas habitaba en Tracia y los hiperbóreos, sus hijos, lo harían más al norte de este reino, en el país de Hiperbórea. Se les atribuían costumbres primitivas: Sileno, en una de sus fábulas, decía que fueron los primeros hombres en ser visitados por los habitantes de otro continente más allá del océano que, asustados por lo que se encontraron, regresaron a su país y no volvieron más.

De los hiperbóreos se decía que eran inmortales, además de ser descritos como Dioses. El dios Apolo conducía cada diecinueve años su carro hacia esta región para rejuvenecer.
Autores modernos postularon una teoría en la que a Hiperbórea la consideraron un posible origen de la “raza aria”. La sociedad Ahnenerbe se habría dedicado a estudiar este tema y otros relacionados como las ciudades subterráneas.

Quién fue Bóreas

Bóreas (en griego Βορέας, ‘viento del norte’ o ‘devorador’) era, en la mitología griega, el dios del frío viento del Norte que traía el invierno. Bóreas era muy fuerte y tenía un violento carácter a la par. A menudo era representado como un anciano alado con barbas y cabellos desgreñados, llevando una caracola y vistiendo una túnica de nubes. Su equivalente romano es el dios Aquilón.

Pausanias escribió que Bóreas tenía serpientes en lugar de pies, aunque en el arte se le solía representar con pies humanos calzados con coturnos. Como los otros tres dioses-viento (Céfiro, Euro y Noto), era hijo de Astreo y de Eos.
Bóreas estaba estrechamente relacionado con los caballos. Se decía que había engendrado doce potros, tras adoptar la forma de un semental, con las yeguas de Erictonio, rey de los dárdanos. Se decía de estos corceles que eran tan veloces como su padre el viento, siendo capaces de correr por un campo de trigo sin pisotear las espigas. Plinio el Viejo pensaba que las yeguas podían ponerse con sus cuartos traseros hacia el viento del norte y engendrar potros sin un semental.
Los griegos creían que su hogar estaba en Tracia, y tanto Heródoto como Plinio describen una tierra al norte llamada Hiperbórea (‘más allá de Bóreas’) en la que la gente vivía en completa felicidad hasta edades extraordinariamente longevas.
También se decía que Bóreas había secuestrado a Oritía, una princesa ateniense, del río Iliso. Bóreas se había encaprichado de Oritía e inicialmente había suplicado sus favores, con la esperanza de persuadirla. Cuando esto falló, volvió a su temperamento normal y la raptó cuando bailaba en la ribera del Iliso. Bóreas la recogió en una nube de viento y la llevó a Tracia, teniendo con ella dos hijos, los Boréadas Zetes y Calais, y dos hijas, Quíone y Cleopatra.
Desde entonces, los atenienses veían a Bóreas como un pariente político. Cuando Atenas fue amenazada por Jerjes, la gente rezó a Bóreas, de quien se dice que propició vientos que hundieron 400 barcos persas. Un suceso similar había ocurrido doce años antes, y Heródoto escribe:

“Ahora no puedo decir si fue esto por lo que realmente los persas fueron sorprendidos anclados por la tormenta, pero los atenienses están bastante seguros de que, al igual que Bóreas les había ayudado antes, igualmente era responsable de lo que ocurrió también en esta ocasión. Y cuando volvieron a casa construyeron al dios un altar junto al río Iliso.”
El rapto de Oritía fue popular en Atenas antes y después de la Guerra Persa y era representado con frecuencia en vasijas pintadas. En estas, Bóreas era retratado como un hombre con barba vistiendo túnica, con cabellos hirsutos que a veces aparece congelado y puntiagudo. El rapto también era dramatizado en la obra perdida de Esquilo Oritía.
En relatos posteriores, Bóreas era el padre de Butes y Licurgo (de amantes diferentes) y el amante de la ninfa Pitis.
El equivalente en la mitología romana de Bóreas era Aquilo o Aquilón. Un nombre alternativo y más raro usado para el viento del norte era Septentrio, palabra derivada de septem triones, ‘siete bueyes’, aludiendo a la constelación Osa Mayor. Septentrio es también el origen de la palabra septentrional, un sinónimo de boreal significando ‘del norte’.

Tracia (en griego Θράκη, Thráki; en turco Trakya; en búlgaro Тракия, Trakija) es una región del sureste de Europa, en la península de los Balcanes, al norte del mar Egeo, enclavada en Bulgaria, Grecia y la Turquía europea.
En su época, esta región histórica se extendía desde Macedonia hasta el mar Negro y desde el mar Egeo hasta el Danubio. Ocupa la punta del sudeste de la península Balcánica y comprende el Nordeste de Grecia, el sur de Bulgaria, y la zona europea de Turquía. Sus límites han variado en diferentes períodos. Las montañas Ródope separan la Tracia griega de la búlgara y el río Evros separa la Tracia turca de la griega, denominadas en ocasiones «Tracia occidental» y «Tracia oriental», respectivamente.

Las ciudades principales de la zona son Estambul (antes Constantinopla),Kallipolis, Edirne (antes Adrianópolis) y Tekirdag, todas ellas en Turquía. En la zona griega se distinguen Komotini, Xánthi y Alejandrópolis como las ciudades más grandes. La región de Tracia es esencialmente agrícola. Allí se produce tabaco, arroz, trigo, algodón, seda, aceite de oliva y frutas.

Los hiperbóreos

Se les consideraba los hijos del dios Bóreas, el frío y terrible viento del norte.

Eran adoradores del dios Apolo, quien pasaba con ellos tres meses en Invierno. Algunos de los objetos sagrados del culto de Apolo en Delfos procedían de este país y habían sido traídos por jóvenes de aquel origen. Cuenta Herodoto que los mancebos y doncellas de Delfos antes de casarse, se cortaban el pelo y lo depositaban en las tumbas de estos jóvenes portadores de objetos de culto que se hallaban dentro del templo de Artemís.
De los hiperbóreos se decía que eran inmortales, además de ser descritos como gigantes, y que tenían unas costumbres primitivas.
De aquello ya no quedan más que algunas ruinas. La historia de ese pueblo “desconocido” vuelve a retrotraernos a la Atlántida y a la antigua Thule. La tradición aria indica que esta morada de los dioses se hallaba en el extremo septentrión. En el capítulo primero de “NS, historia y mitos”, decíamos que esta patria polar fue “una enorme isla de Hielo rodeada de altas montañas transparentes como el diamante”. Hiperbórea no habría sido, sin embargo, glacial: “en el interior del país reinaba un dulce calor en el que se aclimataba perfectamente una vegetación verdeante. Las mujeres eran de una belleza indescriptible. Las que habían nacido en quinto lugar en cada familia poseían extraordinarios dones de clarividencia”. El hombre de Hiperbórea, descendiente de “Inteligencias del Espacio”, es descrito en el “Libro de Enoc” (cap. CVI-CVII): “Su carne era blanca como la nieve y roja como la flor de la rosa; sus cabellos eran blancos como la lana; y sus ojos eran hermosos”. En la capital de Hiperbórea, Thule, “vivían los sabios, los cardenales y los doce miembros de la Suprema Iniciación…”
Un desastre climático de enormes proporciones, acompañado de tormentas y lluvias torrenciales, habría arruinado la morada de los dioses. El hecho es recogido en las tablillas sumerias: “Aquel día remoto, aquella noche remota, aquel año, aquel año remoto… Cuando ocurrió el Diluvio”. Atra Hasis, protagonista de la epopeya babilónica del Diluvio, sería quien relató aquellos acontecimientos. Los dioses habrían huido y sus descendientes se habrían dispersado por la tierra, pero su huella reaparecería inmediatamente después de la catástrofe.
Hay rasgos comunes en civilizaciones prácticamente contemporáneas a la sumeria, en las tierras regadas por el Tigris y el Éufrates; la egipcia, en las orillas del Nilo; la cultura de Nohenjo Daro, en el valle del Indo y otras muchas por todo el mundo como Tiahuanaco en América.
Los hiperbóreos tuvieron su escenario en esa herradura que rodea al polo norte. Obviamente la misma Inglaterra y hasta Irlanda pertenecieron a la tierra de los hiperbóreos, a esa tierra perteneció también Alaska, pues todas esas regiones forman una herradura alrededor del casquete polar del norte.
Se dice que los hijos del Segundo Sol, los hiperbóreos, perecieron arrasados por fuertes huracanes.
De la primera raza emanó la segunda, la Hiperbórea, sujetos que se reproducían mediante “brotación”; ingentes multitudes que otrora habitaran en las múltiples regiones del Septentrión.
Los “hijos del segundo sol” (la segunda raza de la tierra de Apolo), los hiperbóreos, fueron arrasados por fuertes huracanes.
Los hiperbóreos son la raza descendiente de la civilización olímpica, seres cuyas tierras habían desaparecido tras un diluvio o congelación. Los hiperbóreos son aquellos “más allá del norte“, tal su traducción del griego, y pretende señalar aquellos pueblos que habitaban el norte de la Tracia. Precisamente estamos hablando de ellos en el blog de Historia, siendo uno, o el más conocido al menos, el pueblo escita.
Estos pueblos son de origen indoeuropeo y la región en su totalidad es conocida como “Hiperbórea“, seres rubios o pelirrojos con ojos de color claro. Esta es la denominada raza aria que todos conocemos por Hitler, quién creía que ésta era la raza superior e intentó instaurarla como única en la tierra. ¿Por qué él creía que era la raza superior?
Por ser los primeros habitantes del planeta, creados por los mismos dioses. La tradición cuenta que los hiperbóreos llegaron a Eurasia entre finales de la edad glacial y el Neolítico, provenientes del norte al tiempo que otros, provenían de una región atlanticooccidental, donde se situaría esa civilización del “ciclo áurico”.
Los textos sagrados más antiguos son siempre nostálgicos. Lo es también el “Popol Vuh”: Los Hiperbóreos, los dioses blancos, saldrán un día de la tierra interior, o retornarán de las estrellas en una Serpiente Alada, en un “Águila de Oro, en la edad del Cóndor, en un Caballo Blanco. Vendrán a juzgarnos al cumplirse los tiempos del Kali yuga, en el retorno de la Edad Dorada, cuando el Eje de la tierra vuelva a su posición justa, tras la catástrofe que cerrará el Manyantara. Los polos serán nuevamente uno, reunidos en un eje exacto, como en el Satyayuga o primera Edad del mundo, cuando el hombre viva más de mil años.

Después de la primera raza, se formó la segunda llamada hiperbórea, precisamente porque ocupó la región del septentrión, en el viejo continente, desde Inglaterra e Irlanda hasta Alaska, formando una herradura alrededor del casquete polar. En las memorias de la naturaleza se encuentran grabados todos los recuerdos.

Múltiples civilizaciones antiguas mencionaron en sus textos sagrados la existencia y características de esta raza, como los que se citan enseguida: Los aztecas, en la piedra del sol llamaron a la segunda raza: Los hijos del segundo sol, mencionando que al llegar su final, sucumbió ante fuertes huracanes y que los hombres se convirtieron en monos, lo cual es una alegoría de que desarrollaron la inteligencia humana.
El famoso viajero chino Hiousen Thsang, relata que descubrió en una de sus aventuras las cinco estatuas de Bamián. (monumentales estatuas de pie Budas tallados en la pared de un acantilado en el valle de Bamiyán en la región Hazarajat del Afganistán central) Las cuales alegorizan a cada una de las cinco razas.
La segunda estatua, que corresponde a la raza hiperbórea, medía 120 pies de altura, que era el promedio de estatura de aquellos colosos. Herodoto, en el libro IV, capítulos XXXII y XXXIV, expresa que los hiperbóreos tenían como costumbre enviar ofrendas sagradas envueltas en fromentun (una especie de paja) a Delos, a través de una ruta que pasaba por el país de Escita y el mar Adriático, donde eran recibidas por los Dódenos, para pasar después por el Golfo Báltico hasta Eubea y Cariptia, luego a Tenos y nuevamente a Delos. Hiperocha y La Odisea eran los nombres de las dos hermosas vírgenes que trasladaban las ofrendas, bendecidas por Artemisa y Apolo, custodiadas por cinco iniciados o perheres; sin embargo las doncellas fueron asesinadas, simbolizando la declinación de los valores hiperbóreos
Las Mil y Una Noches, relata fenómenos extraordinarios ocurridos en la raza Hiperbórea, prodigios físicos y psicológicos comunes en aquél tiempo y que ahora son palpables a condición del despertar de la conciencia.
El Versículo 3 y 4 del Génesis cita: “Y vio Dios que la luz era buena y apartó Dios la luz de las tinieblas”, refiriendo el estado de la tierra de aquel tiempo: las moléculas de la nebulosa caliente y oscura, al entrar en fricción convirtieron al planeta en un globo ígneo, en el cual los antiguos arcángeles se expresaron en toda la plenitud de su sabiduría.
Diodoro en el Génesis, al igual que Perecides, citaron detalles acerca de una raza de titanes nacidos del cielo y de la tierra, los hijos de Dios descendientes de los primeros gigantes, que habitaron el continente prelemuro (Groenlandia, Suecia, Noruega) y que algunos estudiosos de la Teogonía de Hesiodo han considerado como hechos históricos. Símbolos y relatos de todos los credos son otras tantas huellas de verdades prehistóricas. La raza Hiperbórea también fue conocida como era saturnina.
Se cuenta que el ser humano era andrógino, (masculino y femenino) y se reproducía por brotación, a través de esporas que se desprendían de las pantorrillas, semejantes a los caracoles o algunas plantas, en las que un brote se desprende del tronco para formar otra planta. Las esporas oviformes se alimentaban después del padre-madre. Los hiperbóreos podían alargar o empequeñecer su cuerpo a voluntad, y flotaban por la atmósfera, debido a la materia sutil de la cual estaban formados. Los reinos mineral, vegetal, animal y humano todavía no se diferenciaban, se mezclaban mucho.
En esta raza se desarrolló una gran civilización, aunque no faltaron las guerras; usaban escudos, lanzas y armas desconocidas para pelear contra otros pueblos. Lo más sobresaliente fue su visión espiritual, pues tenían desarrolladas las facultades de la glándula pineal, pudiendo ver el “ultra” de las cosas. Para ellos un bosque era un conjunto de gigantes con enormes brazos como los de Briareo, ya que veían el alma de las cosas y por doquiera se escuchaban las voces de los colosos árboles.
Su sabiduría y conocimiento iba más allá del intelecto, su lenguaje era el “orto purísimo de la divina lengua”. La imaginación creadora permite saber, que la Tierra es un organismo vivo. Decía una afirmación neoplatónica que el «Alma del Mundo está crucificada en la Tierra»… Ese «Alma del Mundo» es un conjunto de Almas, un conjunto de vidas que palpitan y tienen realidad.
Para las gentes «Hiperbóreas», los volcanes, los mares, los metales, las gargantas profundas de las montañas, el huracanado viento, el fuego que flamea, las piedras rugientes, los árboles…, no eran sino el cuerpo de los Dioses.
No veían aquellos Hiperbóreos, en la Tierra, algo muerto; para ellos el mundo tenía vida, y la tenía en abundancia. Se rendía culto a los Dioses de la Aurora. Al fin, la raza hiperbórea se sumergió en el Océano Pacífico, fueron arrasados por fuertes huracanes a través de evoluciones e involuciones de esta Naturaleza fecunda.

Fuente: blog de blogspot ya inexistente… una lástima!!! Era sumamente interesante.

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