Yule versus Navidad.
Es un error celebrar la Navidad simultáneamente en todo el planeta. Esta es una imposición de una religión procedente del Hemisferio Norte. En el Hemisferio Norte acontece en diciembre, en el Sur en junio. La razón de ello es su relación con la duración del día y no con el mito del nacimiento del niño Jesús que, como veremos, no nació a fines de diciembre, sino en septiembre u octubre del mundo Septentrional. La imposición de una religión ha roto la armonía de las gentes del Hemisferio Sur en sus condiciones climáticas, solares y telúricas. En el Solsticio de verano se celebra la máxima expansión de la vida en la Naturaleza y no el nacimiento de esta promesa de la vida en la protectora apertura de una cueva de la Madre Tierra. Se les hace ir al revés a la energía que hay en su hemisferio por un mito religioso que, al fin y al cabo, tuvo que cristianizar a las poderosas fiestas paganas que en Europa se daban en aquellos tiempos. Todas las culturas que fueron conquistadas por el Imperio romano tenían sus fiestas solares, incluida la propia Roma; y con el advenimiento del cristianismo las adaptaron a sus intereses para mantenerse y prosperar.
En Catalunya tenemos nuestras propias tradiciones, muy relacionadas con el paganismo aunque no lo parezca.
Nos vamos a centrar en la Sagrada Rueda de la Vida y los nombres celtas de sus festividades, porque son más representativas en Europa que las romanas. Y porque el tradicional calendario celta, con sus dos épocas (la de Oscuridad y la de Luz) divide los dos medios años con sencillez y naturalidad. Además se rige por el calendario de 13 meses lunares, cada cual con el nombre de una especie vegetal que florece o fructifica en esa luna. Se nombra cada una de sus lunas con el nombre de un árbol, la mayoría, o arbusto.
Yule es el término celta que se traduce por Navidad y ambos son de origen pagano. Uno druídico y el otro del paganismo de la antigua Roma. Natividad sería el cristiano, pues pretende celebrar el nacimiento, la natividad de Jesús. No confundir Navidad con Natividad.
La decoración de nuestras casas y de las calles de nuestra ciudad viene directamente del pasado pagano. En Oriente no había nieve en la población de Belén y tampoco el árbol de Navidad; pero nuestro espíritu arquetípico, en lo más profundo de nuestro psiquismo recuerda y pervive el sentir de percibir el verde perenne del abeto, del pino o del ciprés cuando los demás árboles ya están desnudos y como muertos. Y también es conmovedora la serena paz y amor que en la tradición cristiana une las figuras de la Virgen María y el Niño; que tan claramente evoca el mito de las antiguas celebraciones del culto a la diosa en Yule, con el nacimiento del Niño-Sol durante la noche más larga del año.
Aunque la noche pida ruido y diversión y muchos la celebren bailando y cantando por su aire festivo, en el fondo nos gusta un momento de silencio, de quietud y calma. La Tierra está en su momento de descanso invernal, esperando que la luz aumente y las semillas de vida puedan germinar y dar su fruto.
La cueva representa el tránsito entre nuestra conciencia ordinaria y la más profunda e interior. Por eso en la cueva del humilde pesebre es donde nace el Niño-Sol o el Niño-Luz. Donde luce nuestro “sol interior”, nuestra espiritualidad; y en tal fecha se armoniza con la Tierra y el Astro Solar para recrear el Misterio. El misterio del “Alumbramiento de la nueva luz” y no de un bebé.
En Yule celebramos el re-nacimiento de la vida, de la luz y hace referencia a fiestas muy antiguas indoeuropeas en las que se celebraban los cambios de la naturaleza en su ciclo anual en el Hemisferio Norte. Esos cambios iban en torno a la Naturaleza-Sol, como tratándose de una pareja divina de dadores y sustentadores de la vida.
No se diferencia la Navidad de la Natividad, porque ambas celebraciones se han hecho coincidir. Míticamente se refieren al mismo fenómeno, pero religiosa y culturalmente hasta se oponen.
La palabra Yule todavía existe en algunos países como en Escocia, Noruega, Dinamarca y Finlandia. Se suele considerar actualmente el periodo festivo comprendido desde el día de Nochebuena hasta el primer día del año nuevo o Reyes.
En los círculos religiosos cristianos, desde el catolicismo hasta el protestantismo, el término Natividad es el correcto, que anuncia el nacimiento del niño Jesús y así se distancia y diferencia de navidad de origen pagano y de yule de origen claramente druídico.
Los antiguos romanos celebraban el solsticio de invierno, cuando “el sol vence a las tinieblas” y empiezan a alargarse los días. Cuando el emperador Constantino, con el edicto de Milán, declaró el cristianismo romano como religión oficial del Imperio, los romanos seguían celebrando sus tradicionales fiestas solsticiales invernales; entonces la Iglesia decidió absorber esa fiesta dándole un sentido cristiano, puesto que hasta entonces no se celebraba la Natividad del Señor “Nativitas Domini”. El sol pagano (Apolo) que vence a las tinieblas se transforma en Cristo, y desde entonces la Navidad se corresponde con la noche del 24 al 25 de diciembre, cuando el solsticio es entre el 21 y 23 de diciembre.
En la mitología nórdica europea, el dios de la luz parte en Sanhaim (31 de octubre a 1 de Noviembre) a la Tierra del Eterno Verano (el Submundo), para preparar su renacimiento, siendo su lado oscuro coronado como rey de la mitad oscura del año. Es la época de la cabalgada de Odín. Es así que en medio de la noche más oscura del año nace la nueva luz, la promesa de vida, el niño-sol divino. Yule significa “Rueda”. Es el punto en el que la Sagrada Rueda de nacimiento/muerte/renacimiento se completa. Se celebra en el propio solsticio el 21 o 22 de diciembre según el año y es cuando se produce la ruptura de la mitad Oscura del año. Con el nuevo amanecer, el sol se eleva ya un poco más y se queda día a día un poco más en el cielo. Yule es la noche más larga del año. Para los antiguos era esperar el nacimiento del Rey Roble, el Dios Sol, el Creador de la Vida, que calentaba la Tierra helada; y la “diosa”, la Madre Tierra, que con él cuidaba y guardaba las semillas durante el otoño y el invierno en sus entrañas esperando el aumento de luz y calor para brotar y florecer.
Yule encierra en sí todos los dioses solares, las diosas madres y la “Triple diosa” (hija-madre-anciana). El mito más conocido sobre la diosa sería la relación del dios Dagda y la diosa Brighid; la divina hija, Brighid enseñó a los forjadores el arte del fuego y los secretos para trabajar el metal. La llama de Brighid, como la llama de la nueva vida, atraviesa la oscuridad del espíritu y de la mente. Mientras que Dagda con su caldero asegura que la naturaleza, siempre provea para todos los niños y criaturas del mundo.
El nacimiento del dios sol ocurre en una cueva, que representa la propia Tierra; por ello una de las actividades de Yule es construir una cueva.
En la mitología nórdica europea, el dios de la luz parte en Sanhaim (31 de octubre) a la Tierra del Eterno Verano, en el submundo para preparar su renacimiento, saliendo su lado oscuro coronado como Rey de la mitad oscura del año. Este segundo personaje queda perfectamente reflejado en la figura patriarcal de Odín con su famosa cabalgada nocturna de caza que empezaba la noche del 31 de Octubre y concluía en la propia noche del solsticio en Yule.
Para los celtas el año empezaba en la Época Oscura en Sanhaim cuando Dagda (dios de la luz, abundancia y la vida) y Morrigan (diosa de la noche, guerra y muerte) hacen el amor, permitiendo que sus dos mundos aflojen sus rígidas fronteras. Pero en tiempos anteriores a su llegada, el año comenzaba el día del solsticio con la fiesta que se llamaba “Fiesta o Noche de las Madres”. Desde los tiempos más remotos había un culto localizado a las Madres. Este culto se encontraba extendido por todos los países germánicos y celtas. Era tal su popularidad que podemos encontrar altares de sacrificios, piedras de inscripciones y exvotos dedicados a las diosas en toda Europa, sobre todo en el Bajo Rin, Colonia, Mar del Norte, Inglaterra, Italia, e incluso en Córdoba (Dedicado a Aufaniae). Las madres eran culto popular dado a que ellas tenían poder sobre la realidad inmediata, y como es normal y corriente de un interés más real.
Los nombres de las Madres son muchísimos, pero sin embargo hay una relación en común en su significado. Entre los nombres más frecuentes podemos encontrar las Alagabias “Las que lo dan todo”, Aufanias “las Generosas”, también Gabias “Las dadivosas” cuyo nombre es el mismo que la diosa Vikinga Gefjon. Otras madres dieron fuerza y éxito como Aflias “Poderosas”. Otras ofrecían sabiduría como Saitchamias y Ahueccanias, que significarían “Adivinas de Agua”. También encontramos madres con el nombre de algunos ríos sagrados. O señoras de los Árboles tales como Alatervias “Señora del Roble” o Berguiahenae “Señoras del Abedul”. Hay madres sanadoras, que ayudan en el parto, de las bodas, del hogar… También Madres que tenían poder sobre los juramentos, o con la guerra, las batallas y la muerte. Sin duda estas fiestas estaban relacionadas con la tradición de la Gran Diosa Madre, seguramente del Calcolítico europeo, en una época anterior al patriarcado cuyo mayor exponente es el mito de Odín. “La Noche de las Madres” y Yule es la misma festividad y en ambos casos representa el nacimiento del niño-dios-sol como inicio de un ciclo de renacer tras la muerte.
El tronco de Yule
El culto druídico veneraba al árbol en especies tales como fresno, roble, pino, tejo, etc., y se debía a la sacralización de todos los elementos de la naturaleza.
El árbol sagrado tenía el nombre de divino Igdrasil (Árbol del Universo), en cuya copa se hallaba el cielo, Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín); mientras que las raíces profundas se encontraba el Submundo, Helheim, (el reino de los muertos). Los habitantes del Norte de Europa celebraban el nacimiento de Frey, dios sol de la fertilidad, adornando un árbol perenne, en la fecha del solsticio. Posteriormente con la cristianización, los cristianos tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo, pero cambiándose totalmente el significado.
En la tradición rúnica, se marcaba una pausa de 12 días que iba desde el 25 de Diciembre al 6 de Enero, durante ese tiempo todo debía detenerse. Era un tiempo sagrado que representaba la sucesión de las 12 lunas, y el propio 6 de enero la treceava. Antes de esa fecha se abatía un gran árbol perenne que se mantuviera verde todo el invierno. Para seleccionarlo se atendía a los designios sagrados del propio Odín, según unos, o a los de Morrigan, en otros. Se situaban trozos de carne al pie de los posibles candidatos y unos observadores vigilaban los cuervos, las aves sagradas de ambas divinidades. Luego se abatía al árbol bajo del cual había estado el primer trozo de carne devorado por los cuervos. El árbol elegido por el poder celeste representaba Igdrasil (El árbol del universo) uniendo los mundos entre sí, siendo considerado del todo sagrado. Se cortaban sus ramas que eran repartidas entre los vecinos y que adornaban con ornamentos evocando la luz de la vida y la fertilidad y abundancia en el mundo (el origen del árbol de Yule). En el tronco se inscribían los deseos colectivos de la comunidad, con la certeza que éstos se harían realidad estando gravadas en su sagrada madera. Y hacia el final de Yule se cortaba y se repartía entre la gente que lo guardaba durante todo el año y que lo quemaría cada uno en la noche de Yule del año siguiente. He aquí el origen simultáneo del árbol de Yule y del tronco de Yule o de la suerte.
Con la cristianización se cuenta que san Bonifacio (680-754), evangelizador de Alemania, tomó el hacha y cortó un árbol que representaba el Igdrasil, y en su lugar plantó un pino, que por ser perenne, simbolizó el amor de Dios, adornándolo con manzanas y velas. Las manzanas simbolizaban el pecado original y las tentaciones, mientras que las velas representaban la luz de Jesucristo en el mundo. Conforme pasó el tiempo, las manzanas se transformaron en esferas y otros adornos.
Después se agregó la tradición de poner regalos para los niños bajo el árbol, enviados por los Reyes Magos, Olentzero o papá Noel dependiendo de la leyenda de la región donde se encuentre. La tradición del árbol de navidad actual con los adornos actuales parece que se inició en Alemania y Escandinavia en los siglos XVI y XVII, extendiéndose a los otros países europeos.
En cuanto al tronco de Yule, ahora que la tradición del árbol sagrado de Igdrasil, no se realiza, se ha adecuado guardando el mismo significado arquetípico. Es la representación gráfica y simbólica del renacimiento del dios. Preferiblemente el tronco debía ser de pino o de roble. Tradicionalmente el tronco que se quemaba era el tronco utilizado en la celebración del año anterior o bien un pedazo de tronco del árbol de Yule que después de cumplir su función navideña, en vez de tirarlo, se guarda una parte de él para este fin. Si los que se utilizan son artificiales, se puede adquirir un tronco “nuevo” de los árboles mencionados y hacer la quema del tronco de Yule del modo tradicional.
Grava o pinta en el tronco la figura del sagrado sol, o un símbolo de la divinidad de tu corazón. La noche de Yule, prende el tronco en tu chimenea, o en una hoguera cuidando de no dañar el ambiente, diciendo las siguientes palabras: “La rueda gira, el poder arde”. Mientras ves el tronco quemarse visualiza al dios sol brillando dentro de él y medita acerca del “renacimiento”. Y debe arder a lo largo de toda la noche haciéndose o no vigilia. Tradicionalmente se hacía vigilia acompañando el renacer del dios sol a lo largo de la noche más larga del año. Es identificarse con su largo proceso de renacer. Y las cenizas resultantes se cree que traerán buena suerte al hogar donde se ha quemado.
El Tió de Nadal
En relación con el tronco de Yule, hay otra tradición que originariamente debió surgir de esta antigua fiesta celta. Es el “Tió de Nadal” en Catalunya, Aragón y Occitània. Y esta es la que más me gusta, por la parte que me toca.
El día 24 por la noche se celebra una tradición catalana que sustituye al Papa Noel, es el “Caga Tió” o “Tió de Nadal”. Es una tradición pagana que proviene del tronco de Yule, del que ya hemos hablado.
El “Caga Tió” es un tronco con dos piernas, una barretina y una cara sonriente que se cubre con una manta y que en la noche de navidad ‘caga’ pequeños regalos a los niños.
La tradición empieza el día 8 de diciembre, esa noche se elige el tronco y se tapa con la manta, cada día hay que ir dándole de comer y beber para que nos vaya fabricando los regalitos que recibiremos el día de 24 de diciembre. El Tió no trae regalos grandes, trae regalos pequeños o caramelos.
En Nochebuena se llevará a cabo el rito que hemos estado preparando todos estos días mientras que hemos alimentado y calentado a nuestro “Tió de Nadal”. Los niños cogerán una vara y golpearán al tronco y como el Tió estará bien alimentado porque lo hemos cuidado mucho durante unos días, “cagará” debajo de la manta los regalos (originalmente eran turrones, barquillos y dulces) para los pequeños sobre todo. Aunque a veces también “caga” para los mayores… no os creáis. Mientras se le “pega” al Tió los peques de la casa tienen que cantar una de las varias canciones que hay para esta tradición.
En Catalunya se llama “Tió de Nadal”, en Aragón “Tronco de Nadal” o “Toza” y en Occitània “Cachafuòc” o “Soca de Nadal”.
Pero aún se pueden encontrar poblaciones en las que el Tió es un gran tronco que se pone a quemar en el fuego de Navidad.
También se cuenta que, a partir de su origen celta original (tronco de Yule), sufrió una evolución en la que este mágico tronco, un día cercano a la víspera de Navidad (24 de diciembre); llega a la casa llamando a la puerta. Quien le abre la puerta y lo acoge en la casa debe cuidarle, darle calor cubriéndolo con una manta y colocándolo cerca de una fuente de calor (chimenea, estufa, calefacción) para que no pase frío y darle de comer hasta el día 24 por la noche, momento en el que se le hace “cagar” con la expresión “caga tió”. Al introducirse esta tradición en las ciudades, al no ser tan fácil conseguir un tronco, se pasó a comercializarlo. Originalmente todos eran diferentes, porque simplemente era un tronco grande al que se le pintaba como cada uno quería.
Se le da de comer pan seco, mondas de naranja, galletas y hay quienes le dan chocolatinas y dulces. También hay que darle agua para beber, porque si no le cuidamos no podrá “cagar” los regalos.
Al Tió se le hace “cagar” en Nochebuena o en Navidad, dependiendo de cada casa. Es una tradición que conserva todo un ritual tradicional. Es una ceremonia doméstica, de círculos pequeños (en casa, escuela o grupo de amigos) que consiste en recitar o cantar las canciones que antes comentaba y al acabar, golpear al tronco (suavemente, no hace falta partirlo en dos) para que este “cague”.
Esta es una de las canciones típicas:
“Caga Tió
ametlles i torró.
No caguis arengades
que son massa salades.
Caga torrons
que son més bons.
Caga tió
ametlles i torró
i si no vols cagar
et donaré un cop de bastó.
Caga tió !!!“
“Caga tió
almendras y turrón
no cagues arenques
que son demasiado salados
caga turrones
que son más buenos.
Caga tió
almendras y turrón
y si no quieres cagar
te daré un golpe de bastón.
Caga tió!”
Versión más corta:
“Caga tió
mel i mató.
No caguis avellanes
que no ens agraden.
Caga torró
que es molt bo.
I si no cagues be
et donare un cop de bastó.“
“Caga tió
miel y mató.
No cages avellanas
Que no nos gustan.
Caga turrón
Que es muy rico.
Y si no cagas
Te daré con el bastón.”
Como veis, es totalmente pagano. Nada que ver con el cristianismo. Una cosa más que debemos agradecer a nuestros antepasados celtas.
Sé que mucha gente dirá que sólo son ganas de los catalanes por tener ancestros druídicos y celtas. Y más con lo caldeado que ahora está el ambiente. Pero si realmente nuestras raíces, parte de ellas, no fueran celtas… ¿tendríamos estas tradiciones? Porque nuestra Castanyada también viene de una celebración pagana y celta, no lo olvidemos.
Autoría: Morgana Barcelona, con información de distintos libros.
http://morganabarcelona.com